lunes, 20 de julio de 2015

MIRADAS (30)




(30ª entrega)



Cuando puso el coche en marcha, tenía la impresión de haberle ofendido, pero no podía decir nada. Mi garganta estaba oprimida y sólo deseaba estar sola. Pensé en Manu y en Pedro y en mi dependencia de los demás debida a la ceguera que de alguna manera seguramente también era culpa mía.
Antes de salir del aparcamiento a la carretera, Marius me preguntó, y qué bien conocía ya ese tono impersonal y distante:
- ¿Quieres que vayamos a por tu bolso, o te lo llevo un día de estos?
- Como quieras, - sonreí con cortesía aunque hubiese querido gritar: - No quiero causarte más molestias.
- Molestias....  – Me parecía oír que murmuraba, pero no pregunté nada.

Y sin hablar continuamos por la carretera de la costa, donde el frío viento otoñal metía el olor del mar por las ventanillas semiabiertas del coche. Después aflojaba la velocidad porque nos acercábamos al centro.
- Marius, - busqué su mano que estaba en el volante: - Gracias... todo resulta tan distinto contigo.
Su mano rodeaba la mía.
- ¿Debo darte también las gracias por tu compañía y por haberme dejado el coche? – A pesar de la ironía de sus palabras, llevaba  mi mano a su boca y soplaba dando calor a mi piel que estaba bien fría.

Entretanto habíamos llegado. Se desvió a la izquierda, y el coche dio justo delante la entrada su saltito obligatorio antes de bajar hasta la puerta automática. Marius me ayudó a bajar, cerró el coche y me dio las llaves que me guardé en el bolsillo donde tenía los billetes que Manu me había traído. Estaba dudando si y de qué manera podía ofrecerle sin ofender mi dinero para sus gastos, cuando él dijo con algo de timidez:
- ¿Te ha traído dinero tu hijo? La verdad es que no llevo mucho encima, y tuve que echar gasolina. ¿Puedes prestarme algo?
Saqué los billetes y se los di.
- Coge, por favor.
Me devolvió una parte diciendo:
- He cogido treinta euros, porque se me ha hecho tarde, y tendré que coger un taxi para llegar a tiempo para la función.
Me dio un abrazo amistoso, y me guió con mucha decisión en dirección al ascensor.
- Me ha gustado mucho.... estar contigo, quiero decir, en la caravana, - dije mientras esperábamos el ascensor, dándome cuenta perfectamente de lo insuficiente que eran mis palabras.
- Te llamaré pronto, - me contestó como si estuviéramos en una estación de trenes o en el aeropuerto.
Momentos después ya estaba en la cabina del ascensor, y él se inclinó para apretar el botón de mi planta. El movimiento le acercó a mí, y esperé que hiciera algo especial, que me besara o me estrechara entre sus brazos, algo que diera un aspecto diferente a esa despedida de compañeros. Pero sólo me tocó el brazo con su mano, y dijo:
- Hasta pronto.
La puerta se cerró, y el ascensor se puso en marcha.

El ‘viaje’ era demasiado corto. Me parecía que sólo habían pasado dos o tres segundos, cuando el ascensor se paró, y yo abrí con cuidado la puerta. ¿Realmente estaba en la planta nueve? Mientras sacaba la llave del bolsillo, intentaba analizar los sonidos y olores del pasillo: nada, ninguna discusión de la pareja joven, ningún lloro del bebé..... sólo un ligero toque de lejía. Pasé a tientas delante de tres puertas, e intenté meter mi llave en la puerta del cuarto piso que debería ser nuestra casa. Logré introducir la llave, pero no pude darle la vuelta. Al imaginarme la reacción de los habitantes del piso si resultaba que no estaba en mi planta, sentía oleadas de calor y de frío, y rápidamente busqué con la mano las cifras metálicas que en cada puerta del edificio indicaban el número de la vivienda. Me parecía ser el nuestro, pero cuando volví a meter la llave, de nuevo no pude girarla. Apoyé la cabeza contra el marco para estabilizarme, y el dolor de la hinchazón hizo que retrocediera. Quise apretarla un poco más, para poder ver la puerta, cuando ésta se abrió bruscamente desde dentro.

El olor era sin duda el de mi casa, entremezclado con un perfume que desconocía. Manu me abrazó efusivamente. Sus mejillas estaban ardiendo, y me susurró al oído:
- Mam, ¡qué maravilla que hayas venido! Oye, tengo visita... ¿te enfadas si hablamos luego?
- ¿Por qué debería enfadarme? – dije algo confusa: - Sólo una cosa, ¿por qué no he podido abrir con mi llave?
- Papá ha mandado al portero cambiar la cerradura...
Sus pasos se alejaban, y escuché la puerta de su cuarto, música y la voz de una chica. ¿Una amiga? Pero en aquel preciso momento no me interesaba especialmente y no quería oír nada, al igual que llevaba tiempo sin poder ver.

Pasé rápidamente por el baño, y luego me fui al dormitorio, donde me cambié y me acosté con una manta sobre la cama. El discman de Manu estaba donde le había dejado, o sea, encima de la mesita de noche. Me puse los auriculares y conecté el aparato, pero tuve que volver a levantarme para abrir la ventana, porque la habitación me agobiaba. Aproveché para correr el cerrojo de la puerta, con el fin de evitar que Pedro, o en su caso, Manu, me despertaran más tarde.

Cuando me había echado de nuevo, presté finalmente atención al disco que estaba puesto. Era el mismo que había escuchado la noche antes de que Marius me visitara por primera vez. Sentía frío y me enrosqué en la manta. ‘Every now and then, when I see you…’, cantaba la voz femenina, ‘there seems to be no measure of time…’. Por la ventana abierta de par en par entraba el olor a sal y a mar.

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